
1. En resumidas cuentas, lo que el primer texto viene a decir es que las empresas farmacéuticas amparan su voluntad monopolista en el hecho de que sin beneficio no habría investigación ni vacuna alguna y, por lo tanto, sería contraproducente eliminar los derechos sobre la patente del medicamento en cuestión (y los beneficios que ello conlleva). Básicamente, este tipo de empresas farmacéuticas ponen sus medios y conocimientos a disposición del mejor postor; es decir, de las personas o países que pueden permitirse costearse el fármaco (África no está incluida). Cuando se trata de decidir entre muchos pobres y unos pocos ricos, lo tienen claro. Lo verdaderamente importante es la rentabilidad de la vacuna; lo cual es lógico y comprensible hasta cierto punto.
2. Entonces, ¿qué podríamos hacer para garantizar que se investigue sin perder el control sobre el precio del medicamento? ¿Cómo podríamos conseguir un medicamento accesible para cualquier sistema sanitario, sea del país que sea?

Basta con leer la última frase del primer artículo para tener una primera aproximación a las incógnitas aquí planteadas. Cuando una compañía que supuestamente vela por los intereses de la ciudadanía en su conjunto funciona con la máxima "enriquécete y vencerás", entonces "Huston, tenemos un problema".
Algunos abogarían por la nacionalización de las compañías del sector farmacéutico y, sin embargo, seguirían estando equivocadas. La razón es que sin beneficios no puede invertirse en I+D+i. Por lo tanto, si el Estado fuera responsable de su producción, las tasas relacionadas con este campo aumentarían considerablemente, y la corrupción no tardaría en asomar la cabeza. A fin de cuentas, el pueblo tiene que pagar por ello, sea como sea.
Como siempre, la solución radica en optimizar los medios de producción e invertir a largo plazo en la formación de personal y en la innovación procesal, reducir al mínimo el beneficio del sector privado (aunque esto requeriría muy probablemente de ayudas y subvenciones estatales e intergubernamentales), así como solidarizarnos con aquellos que se ríen de nuestras "enfermedades" y "males" occidentales. Si cada vez que compráramos una aspirina o un ibuprofeno se dedicase un porcentaje a estos países con menos recursos económicos, otro gallo cantaría. Pero ante todo, invertir en el desarrollo humano y social de los pueblos que viven a la sombra de estas epidemias, ayudándoles a lograr la autosuficiencia e independencia que merecen.
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Manuel Elkin Patarroyo |
3. No hace falta indagar en su biografía o currículo para comprender que el Sr. Patarroyo es todo un ejemplo de cómo debería ejercer un investigador de su talla: poniendo al servicio de la sociedad su trabajo, esfuerzo y sudor; fruto de los dones que recibió de la Divina Providencia. Al fin y al cabo, debería ser esa la principal motivación de todo científico que se precie; la de buscar el bien común y no el enriquecimiento personal. Después de todo, su conocimiento es fruto de la educación que la sociedad le ha reportado y, consecuentemente, el científico está en deuda con ella hasta el último de sus días.
Diría Mario Bunge, padre de la tecnoética, que el tecnólogo (en este caso el científico o investigador en cuestión) es responsable del producto de su trabajo y, por tanto, debe sentirse libre y en la obligación moral de velar para que este no sea sino productivo y beneficioso para la sociedad en su conjunto. No obstante, muchos de ellos permanecen ajenos a este deber moral bien por falta de valores, bien por miedo a que prescindan de él y contraten a otro con menos escrúpulos y conciencia.
El Sr. Patarroyo es un ejemplo del buen tecnólogo y, a diferencia de la mayor parte de los trabajadores de las empresas farmacéuticas, puede estar orgulloso de saber que todo cuanto hace y por cuanto lucha es justo y necesario para erradicar de una vez por todas las epidemias, que hoy día azotan con mayor fuerza al continente africano.
En definitiva, se trata una actividad sostenible, productiva y desinteresada que brindaría al mundo moderno una oportunidad única para dar un paso más en la lucha contra el SIDA y otras tantas enfermedades infecciosas.

Con todo el conocimiento adquirido durante estos tres últimos siglos acerca de la microbiología y de multitud de campos más como la genética y la bioquímica, es de esperar que cada día estemos más y más cerca de obtener vacunas eficaces contra los males que la raza humana padece. Sin embargo, además de conocimiento se necesitarán inversiones y capital, lo cual nos llevará a replantearnos esta misma cuestión que tratamos durante esta unidad en la asignatura de CMC.
Hay una cosa que está clara: nunca habíamos estado tan cerca de hallar la solución a tantas y tantas enfermedades (el SIDA, por ejemplo), y tan lejos al mismo tiempo. Llega un momento en el que no es rentable invertir en ellas y eso produce que caigan en el olvido. En definitiva, debemos replantearnos el sistema actual de financiación de la industria farmacéutica y, ante todo, multiplicar nuestros esfuerzos y determinación para acabar de una vez con todas con el sufrimiento de tantos pueblo en vías de desarrollo que, al no tener dinero, desvían la atención de las farmacéuticas, centradas en abastecer al mundo occidental con todos los remedios posibles para cualquier tipo de desorden o problema de salud, sea cual sea la índole o si es realmente necesario o, al menos, prioritario visto lo visto.
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